CELEBRAR EN EL ÁNGEL
Por Carlos Calderón Cardoso
Historiador, escritor, columnista y analista del Fútbol Mexicano.
Hoy en día, resulta común que cuando la selección mexicana de futbol gana un partido de cierta importancia, cientos de aficionados –a veces miles- se reúnen a celebrar en torno del Ángel de la Independencia, en pleno Paseo de la Reforma; sin embargo, esto hace 45 años era inimaginable.
Toda historia
tiene un comienzo y los festejos en el Ángel también el suyo. Corría el año de
1970, México organizaba el Mundial de Futbol y todo era algarabía.
Poco a poco
fueron llegando las selecciones participantes, así, vimos a un Pelé con el
sombrero de charro, al bombardero Müller respirando fuerte para sentir la
contaminación y la altura y a tantas otras estrellas internacionales.
Con alegría
desbordante, música llena de colorido, un soberbio desfile y miles de globos
-que competían con el arcoíris- inundaron el cielo diáfano y así comenzó la
fiesta más bella del deporte mundial. El Azteca, vistiendo sus mejores galas,
daba la bienvenida al planeta entero demostrando que México tenía no sólo la mejor
afición en lo que a futbol se refiere, sino también la más educada y la más
amable. Cada invitado fuera del país que fuese, se sentía mejor que en su casa.
El trato afable del mexicano era la mejor carta de presentación para que se
tuviera la certeza de que el Mundial sería inolvidable.
México abrió
la contienda ante la ya desaparecida Unión Soviética con un 0-0 que no gustó a
nadie y que hizo dudar de la capacidad de los hombres dirigidos por Raúl
Cárdenas.
El 7 de junio
de 1970 México disputó su segundo encuentro de grupo, enfrentando a la débil
selección de El Salvador. Aquella tarde, el estadio Azteca lucía un lleno
impresionante, el TRI requería del triunfo.
El inicio fue
incierto, El Salvador dio un buen primer tiempo y a punto estuvo de anotar el primero
tras un error del portero Ignacio Calderón, que tras el Mundial fue llamado
Nacho Coladerón por los graves desaciertos que tuvo durante el certamen.
El gol anotado
por Javier Valdivia casi al finalizar la primera mitad, puso las cosas en
orden. En el segundo tiempo, con goles del mismo Valdivia, Fragoso y Basaguren
terminó por dar a México una victoria contundente de 4-0.
El resultado
aplastante, significó una felicidad dentro del estadio, pero lo que ocurrió
fuera del mismo, dejó atónitos a los visitantes extranjeros. Como jamás había
ocurrido antes, miles de capitalinos sin distinción de género o edad, hicieron
suya la ciudad. Poco a poco se dirigieron, sin saberlo en ese momento, a un
mismo punto: El Ángel de la Independencia.
Se dio
entonces una verdadera verbena, lo mismo silbatos que claxon, sombreros que
banderas, tambores que matracas; el aire de la ciudad de México se inundó de
festejo, el grito de ¡Mé-xi-co, Mé-xi-co! Se escuchó a lo largo de calles y
avenidas mientras que los turistas veían impávidos pero alegres lo que ocurría
y se unían al festejo.
El tránsito
capitalino se vio afectado gran parte de la tarde y noche. A nadie parecía
importarle, los automovilistas se hicieron parte de la celebración. La policía,
no sabía qué hacer, no existían precedentes, simplemente se hicieron presentes
y algunos inclusive desplegaron también sus banderas. Varias veces se escuchó
el himno nacional, surgido espontáneo de las gargantas de miles de mexicanos y
de extranjeros que trataban de seguir con frases entrecortadas.
En decenas de
diarios de otros países, la nota principal no eran los resultados de la jornada
mundialista, si no de la forma de festejar de los mexicanos. Para ellos
resultaba asombroso lo que veían, único y sorprendente, pero para nosotros
también, porque era algo novedoso, que no conocíamos, pero que llegó para
quedarse y que hace de aquel 7 de junio de 1970, un momento inolvidable…
El Ángel de la Independiencia |
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