EL FUTBOLISTA QUE EVITÓ UN
FUSILAMIENTO
Por Carlos
Calderón Cardoso
A principios
de 1991, Hugo viajó a Bonn, Alemania, para recibir la Bota de Oro que lo
acreditaba como el máximo artillero de las ligas de Europa. Era el extranjero
con más goles en la historia del futbol español y tenía en su haber, cinco
Pichichis como máximo artillero en igual número de torneos.
Hugol, fue
invitado de lujo del rey de España Juan Carlos I y fue reconocido por los
aficionados de todo el mundo como uno de los mejores futbolistas del orbe.
Hugo se encontraba
en el pináculo de la fama. Sus hazañas y sus goles llegaban hasta los confines
del mundo, hasta los lugares más despoblados. Casi todos habían escuchado
hablar de su gol al Logroñés, aquel del 10 de abril de 1988 y que fue
considerado, en su momento, como el más bonito del mundo y, que hasta hoy en
día, se encuentra entre los tres tantos más espectaculares del futbol español
de todos los tiempos…
Hugo Sánchez |
Un año
después, en enero de 1992, en la vieja Yugoslavia la guerra intestina había
colapsado a la nación y serbios, croatas, bosnios y musulmanes peleaban por
territorios. En cada rostro desconocido, se veía a un enemigo; en cada
periodista extranjero, se sospecha de un espía.
El periodista,
escritor y fotógrafo mexicano, Epigmenio Ibarra, reportero de guerra y Hernán
Vera, periodista quien también gustaba de estos menesteres, trataban de llegar
a Sarajevo para mantener a los medios mexicanos bien informados.
El tránsito
era difícil, muchos periodistas habían muerto durante el último año. Otros más
lo harían en el trascurso de 1992.
Epigmenio Y
Hernán se acercaban a Sarajevo. En esta ciudad se encontraba Milosevic, líder
del movimiento más importante y la idea era llegar a donde él estaba.
Cerca del río
Drina, en medio de una de las mayores luchas fratricidas, en donde literalmente
hermanos se mataban entre sí, los periodistas mexicanos cayeron en manos de
soldados, que, sin mediar palabras, encañonaron a los reporteros. No era
cuestión de preguntar. En una guerra todos contra todos, en donde no había
rostros amigos, primero se mataba y luego se averiguaba a que bando pertenecía
el asesinado.
Epigmenio supo
que estaban a punto de ser fusilados. No había forma de comunicarse con
aquellos guerrilleros. Entre serbocroata, albanés, húngaro y algo de alemán,
los idiomas se entremezclaban en aquel momento. El último recurso que le
quedaba era mostrar su pasaporte. La intención era que, viendo que no eran
europeos, les perdonaran la vida.
El soldado
tomó el documento y cambió su rostro, antes adusto por una sonrisa.
“Mejicanos”, “Mejicanos”. Repitió. Sus
compañeros también sonreían. Uno de ellos dijo en alemán: “Hugo Sánchez”
“fußballspieler Torjåger” (futbolista goleador). Los soldados, antes hostiles,
bajaron sus armas y abrazaron a los mexicanos. Les compartieron alimentos y los
acompañaron hasta el retén.
El nombre de
Hugo, máximo exponente de nuestro futbol, había obrado el milagro. Dos
periodistas permanecieron con vida para contar su relato. Una historia de las
bondades del futbol…
Epigmenio Ibarra |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario